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El sentido de la vida

Nuestra vida, o por lo menos la mía o la de la mayoría, es una auténtica montaña rusa de emociones. Una montaña en la que subes o bajas en un día, en una hora, en un minuto e incluso en un solo segundo. Nos levantamos todos los días enfrentándonos a lo que ya tenemos previsto o a lo que tenemos planificado. Pero también nos levantamos y, mientras nos miramos al espejo todas las mañanas, nos vamos colocando una gran coraza para protegernos de lo inesperado, de las malas sorpresas.

Así enfrentamos nuestros días, entre el miedo a lo desconocido y la incertidumbre con lo planificado. En esa eterna montaña rusa de sentimientos hay días en los que te comerías el mundo y otros en los que te sientes la persona más desdichada del planeta. Miramos nuestro ombligo y no vemos nada más, solo nos comparamos con los demás, pero siempre en función al lugar en el que nos encontremos de la montaña rusa, arriba o abajo. Es imposible que nadie esté mejor que yo o no hay nadie tan desdichado como yo.

Pero no nos damos cuenta que en esa montaña rusa, normalmente, influyen más aspectos mundanos que importantes. No nos damos cuenta que en esa montaña rusa quienes más influimos somos nosotros mismos con nuestra cabeza que, normalmente, va por libre. Agrandamos nuestros problemas, tratamos de buscarlos donde no los hay y pensamos mucho más allá de lo que debiéramos, influenciados sobre todo por nosotros mismos, por nuestro cerebro.

Hoy acabo de leer una noticia terrible en el periódico, una de las noticias que más me han impactado últimamente por su dureza. Un padre se ha suicidado, pegándose un tiro, en el mismo lugar en el que su hija de 16 años había fallecido el día anterior. Le había regalado una motocicleta y tuvo un accidente de tráfico que provocó su muerte. Mierda, eso si que es una desgracia y no la puñetera montaña en la que andamos todo el día montados los demás.

Cuando lees algo así piensas en ti mismo y en las bobadas con las que te ahogas, esas que muchas veces llegan incluso a asfixiarte. Cuando lees algo así piensas en lo terrible que es la vida para algunos, en las horas que tuvo que pasar ese padre antes de apretar el gatillo. Cuando lees algo así palpas a las personas que quieres para dar las gracias de que ellos sigan ahí. Ese si que sería un problema, que alguno de ellos dejara de estar porque el sentido de la vida está en seguir rodeado de la gente a la que quieres.

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