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La siesta



En algún momento María debió pensar que Carlos no se alimentaba bien y decidió que eso tendría que solucionarlo ella el poco tiempo que este permaneciera en su casa. La comida que les preparó fue abundante y sabrosa, lo que se dice una comida contundente. Carlos les dejó a los dos sentados viendo la televisión y medio dormidos pero él prefirió no dormir la siesta y dar un paseo por los alrededores de aquel pueblo. El calor era intenso pero no le importaba, entre sus propios pensamientos y los que le asaltaban tras las confesiones de Juan y de María necesitaba estar un rato solo sin más pensamientos que los que le surgieran en su paseo. Pero antes de iniciarlo pensó que volver al bar a tomar café sería una gran idea.

Los bares de los pueblos de ahora no son como los de antes. Antes, a la hora del café, los bares se llenaban de gente mayor a jugar la partida. Según entrabas por la puerta los olores y los sonidos eran inconfundibles. Olor a cigarrillo, olor a Faria, olor a cafe y olor a coñac. Era lo habitual, se jugaban las consumiciones en la partida y quien perdiera pagaba las del resto. Todo ello aderezado con gritos, que no conversaciones, de arrastro o mus, según fuera la partida que se estaba jugando en esos momentos. Ahora, pensó Juan, parece que los ancianos tienen miedo a morirse y visitan el médico casi más por costumbre que por necesidad. A pesar que no se puede fumar en los bares con ellos no sería ya necesario. Ya no fuma ninguno, casi no beben alcohol y apenas toman café. Consumen manzanillas por litros, aunque se compita en cada partida igual que se hacía antes, pero con un premio de inferior valor.

Ya casi no le miraron al entrar al bar, ya casi se habían acostumbrado a él y le saludaron hasta con cierta efusividad, pero sin pasarse. Carlos respondió a los saludos y decidió tomarse un café con leche. El dueño del bar, Jacinto, fue capaz incluso de abandonar la seriedad de sus primeras visitas al bar y hacerle mención a lo sorprendente que le parecía que no le pidiera ninguna cerveza más. Algo a lo que Carlos respondió con una sonrisa forzada, aunque agradecida por la confianza mostrada. Los quince minutos que permaneció en el bar tomando café los pasó contestando a alguna pregunta indiscreta de los presentes y viendo alguna de las partidas de cartas, aunque ni las entendía ni le gustaban.

El paisaje era el típico de un pueblo leonés cercano a la zona de Tierra de Campos vallisoletana. Ya no se divisaban campos tan grandes de color ocre, aunque los había, pero con un río cruzando el pueblo y muchos chopos de vegetación. Decidió que la mejor forma de pasear con ese calor sería acercarse lo más posible al río para buscar la sombra de los árboles y evitar el sofocante calor que hacía en esos momentos. La cercanía del río le hizo recordar el gran baño que se había dado en aquella cima y que tan gratificante había sido y decidió repetirlo. El agua estaba con ese frescor que te agrada en días calurosos como ese, tan transparente que en la parte más profunda podía verse hasta los pies.

Mientras nadaba pensaba en sus cosas, pero también pensaba en la curiosa situación que se le había dado en esos dos últimos días con lo que le habían contado tanto Juan como María. Aunque no se consideraba una persona curiosa y cotilla le daba vueltas y más vueltas a la frase de Juan. El hecho de haber reconocido ante él tener un problema, aunque no se lo hubiera contado, ya era un paso. Por un momento le había parecido entrever en Juan incluso la necesidad de haberlo contado, pero no se había atrevido. Es curioso como hay veces que en muy poco tiempo coges confianza con ciertas personas y como con otras no lo consigues por muchos años que pasen, pensaba Carlos continuamente.

También se preguntaba por su función en aquella historia. No quería inmiscuirse, pero por momentos le daba la sensación que eran los propios protagonistas quienes le estaban obligando a ello. Era posible que incluso fuera una necesidad para ellos, incapaces de solucionarlos por ellos mismos y sin ningún intermediario. ¿Qué debía hacer? ¿Hacer como si nada hubiera pasado y no volver a hablar del tema? ¿Preguntar e intentar ayudar? ¿Cuál sería la mejor solución? Había veces que la gente de su alrededor no le hablaba claro y le generaba grandes dudas por no decir directamente lo que pensaban. Eso era algo que a Carlos le molestaba porque le obligaba a tomar decisiones a la ligera, con el riesgo a equivocarse que todo eso conllevaba. Eso era exactamente lo que le estaba pasando con Juan y María. A pesar de su franqueza y confianza parecía que querían algo de él, pero que no se atrevían a decírselo claramente.

Carlos era una persona muy dada a dar muchas vueltas a las cosas y esto se estaba convirtiendo en un asunto más al que darle vueltas. Estaba empezando a anochecer y decidió que era el momento de volver hacia la casa de Juan y de María. Mientras iba caminando decidió que a lo mejor era el momento de que quien debía empezar a hablar claro y preguntar sería él.

Continua

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