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Carlos y Carlos


Y Carlos entró tímidamente, su madre le había dicho que allí estaba su padre, pero para él no era más que un desconocido, su padre sí, pero un desconocido al fin y al cabo. Su entrada fue como uno de esos instantes que duran segundos, pero que parecen una eternidad para todos. Para él, para su madre y para aquel señor al que no conocía, pero que su madre le había presentado como su padre. Tenía padre, como el resto de sus compañeros de clase. Como el de su amigo Jesús que era muy alto y que siempre cargaba con la mochila de su hijo. A él le hacía mucha gracia porque siempre que se la cogía le decía que era un flojeras y que eso era porque nunca se acababa el desayuno. Por eso Carlos se lo acababa siempre, para no ser un flojeras como Jesús, ¿quién le iba a llevar a él la mochila si no tenía un papá como el de Jesús?

Y de repente ahí estaba ese señor, su padre, mirándole con cara de asustado y sorprendido. Como él cuando su madre le dice por la noche que va un momento a casa de Concha a cualquier cosa y se queda solo. Parece que a su padre también le da corte ir a saludarle a él, es normal, tampoco le conoce muy bien. Pronto Carlos escogió la opción más segura para él, se fue corriendo a los brazos de su madre, pero sin perder de vista a su padre. Como pidiéndole disculpas por no ir a abrazarle.

Carlos no dejaba de mirar a su hijo, estaba inmovilizado. La sorpresa y la emoción le tenían completamente atenazado. Solo acertaba a limpiar de ver en cuando esas lágrimas que tímidamente le brotaban de sus ojos y que le impedían ver de forma clara. Esas lágrimas que salen con lentitud y que se quedan en las pestañas. Que nublan la vista y que parecen flotar porque no caen nunca por la mejilla. Esas lágrimas de emoción y de alegría que producen una sorpresa como la que él estaba recibiendo en esos momentos.

Esos momentos que fueron segundos, o algún minuto, pero no más de dos o tres, pero que en aquel instante parecían toda una vida. Petrificados los tres por la emoción que inundaba toda la habitación, paralizados por la alegría que les producía un encuentro como aquel. Esperando como una especie de pistoletazo de salida para dar rienda suelta a todas las emociones que estaban a flor de piel, pero que ninguno conseguía que brotara de una forma descontrolada, como tienen que brotar las emociones.

Solo una frase consiguió que todos empezaran a dar rienda suelta a sus emociones.

- Papá, ¿por qué no has venido a verme antes?


Desearía ser un pescador 
Revolcándome en el mar 
Lejos de la tierra firme 
Y de sus amargos recuerdos 
Echando fuera el sedal 
Con abandono y amor 
Sin límites debajo de mí 
Excepto el cielo estrellado encima 
Con luz en mi cabeza 
Y tu en mis brazos. 
Desearía ser el hombre del freno 
En un tren desbocado 
Chocando precipitadamente 
contra el corazón de la tierra 
Como un cañón en la lluvia 
Con el latido de los durmientes 
Y el calor del carbón 
Contando las ciudades que pasan de largo 
En una noche llena de alma 
Con luz en mi cabeza 
Y tu en mis brazos 
Bueno, sé que seré desprendido rápidamente 
De los vínculos que me mantienen 
De las cadenas que me atan alrededor 
Caeré al final 
Y en ese fatídico día 
Me tomaré a mi mismo en las manos 
Cabalgaré en ese tren 
Seré el pescador 
Con luz en mi cabeza 
Y tu en mis brazos

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