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Los linchamientos públicos























En la anterior legislatura una de las leyes más controvertidas que aprobó el gobierno de Rajoy fue la llamada Ley Mordaza. La izquierda, sobre todo, vio limitada su libertad de expresión con esta ley y las protestas fueron continuas. Consideraban que con esta ley el gobierno del PP intentaba poner coto a sus protestas y que prácticamente les obligaba a callarse o de lo contrario ser prácticamente encarcelados.

La izquierda española es una firme defensora de la libertad de expresión, pero de la suya, de la libertad de pensamiento, pero del suyo, o de la libertad de conciencia, solo de la suya. Gracias a las redes sociales son muchas las veces en que estos firmes defensores de su libertad de expresión insultan, agreden verbalmente e incluso acosan a las personas que no piensen como ellos. Tienen una piel muy fina para lo suyo pero muy gruesa para los demás. Es algo muy habitual, no me lo estoy inventado yo, todos lo hemos sufrido.

En los últimos días el futbolista ucraniano Roman Zozulya ha sido traspasado del Betis al Rayo Vallecano. No sé si Zozulya será malo o bueno, pero no ha durado nada en el equipo vallecano. El motivo principal han sido las protestas de la afición del Rayo en general, no por su calidad fubolística, solo por su ideología. Han sido muchas las pintadas y los gritos en su contra por ser considerado desde nazi hasta ultraderechista, que nunca ha sido lo mismo, y al final el jugador ha tenido que marcharse del equipo.

Probablemente muchos de los que han pedido la marcha de este futbolista hayan protestado contra la Ley Mordaza porque les limitaba su libertad de expresión. Probablemente esos mismos hayan llamado a mucha gente fascista, sobre todo por no pensar como ellos. Pero no puede haber mayores fascistas y defensores de la ley mordaza que esos que se han pasado insultando y linchando a un futbolista por tener una ideología o un pensamiento determinado. Hemos entrado en una dinámica muy peligrosa, la del pensamiento único. Pero estamos entrando ya en una dinámica más peligrosa todavía, una en  la que los defensores de ese pensamiento único se creen con derecho a imponerlo por la fuerza a todo el mundo. Hasta llegar a hacerles perder un puesto de trabajo.

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