Casi sin darse cuenta, Carlos, había vuelto a la rutina de su vida normal. Pero no a esa rutina que a la mayoría nos cuesta más o menos poco tiempo acostumbrarnos. La rutina de Carlos le cambiaba el carácter, le alteraba, le quitaba el sueño y le provocaba incluso ciertos estados de ansiedad. Las facturas eran muchas, las obligaciones demasiadas y los recursos cada vez más complicados y más difíciles de conseguir. Uno de los motivos por los que emprendió su marcha fue por ese, y fue casi el principal. Había llegado a un estado tal que casi no podía soportar el exceso de responsabilidad y de obligaciones.
Esos días le sirvieron, sorprendéntemente, para olvidar todo aquello. Para volver a encontrarse a si mismo y para relajar su mente intentando agotar su cuerpo. Se había olvidado de casi todo y se había metido en las vidas de otros, lo cual le había facilitado esa labor. A veces los problemas de otros funcionan como terapia personal, al preocuparte de los problemas de otra persona te das cuenta que no eres único en el mundo. Todo el mundo sufre lo suyo y aunque suene un poco al mal de muchos, consuela aunque no seas demasiado tonto. Sentirte único en el universo para lo malo es agobiante, y ese era un defecto que Carlos tenía debido a la escasa comunicación personal que tenía en Madrid. La mayor parte de las relaciones que tenía eran por motivos laborales, las personales era mínimas por no decir nulas.
Había decidido recluirse en su mundo con sus hijos como únicos aliados, excluyendo al resto del mundo de su vida. De vez en cuando alguna salida nocturna con esa gente a la que solo toleraba cuando tenía dos o tres copas encima, alguna nueva mujer en su cama cada fin de semana y poco más. Su ruta, Juan y, sobre todo, María le habían vuelto a hacer recuperar el sentido de la amistad y de las relaciones personales a su vida. Utilizar las relaciones personales solo para trabajar era soportable porque le daba de comer, nada más. Lo demás era soledad casi continua, aunque estuviera rodeado de gente, las únicas personas con las que deseaba estar era con sus hijos. Cuando iban a su casa formaban como una especie de circulo cerrado y compacto en el que no entraba nadie. Eso le hacía sentir bien, a sus hijos también.
Se pasaba los días rechazando la idea de María como pareja tantas veces como la deseaba y, de nuevo, volvía rechazarla. Era miedo, o era prudencia mezclada con un cierto realismo, pero no quería dar ningún paso en falso por su propio bien. Las circunstancias de su vida le habían convertido en un gran egoísta en ese sentido.
La visita al cliente de Las Rozas había sido dura e intensa, pero fructífera. Ese día se había convertido en uno de esos días de trabajo gratificante en los que acababa la jornada con la alegría, que en otros se tornaba en desesperación por lo contrario. No le gustaba acabar tan tarde los viernes y eran casi las nueve de la noche, aunque ese fin de semana estuviera solo, sin sus hijos. Paró en el STOP de acceso a la autopista con las dos flechas de las direcciones delante de él. A la izquierda Madrid, a la derecha La Coruña. Por un lado el fin de semana solo, por el otro la posibilidad de ver a María.
Continua
Continua
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