Cuando Carlos entró en casa de María y de Juan de nuevo, empezó a notar los cambios. Había habido alguno evidente, la decoración había cambiado. No era la misma casa, los muebles, pintura nueva en la pared, y la distribución la recordaba distinta. Era como si hubiera habido un cambio de vida allí dentro, como si fueran otras las personas que habitaban aquella casa. Habían pasado cinco años y Carlos, a pesar de su mala memoria, tenía la sensación de no haber estado nunca allí. Eso provocaba en Carlos una curiosidad desmedida, unas ganas locas de preguntar qué había pasado durante todo ese tiempo. Solo hubo algo que le resultó familiar, ahí seguían las innumerables fotografías repartidas por todo el salón.
Después de la sorpresa inicial María parecía como intranquila. Quería hacer muchas cosas a la vez, le ofreció a Carlos algo de comer. Iba y venía de un lado para otro, como queriendo dar un vistazo general revisando que todo estuviera en orden. Estaban los dos desorientados, como no sabiendo por donde empezar, como no sabiendo qué decirse cuando era evidente que eran muchas las cosas de las que tenían que hablar. Carlos intentó poner un poco de sosiego y la invitó a sentarse con él en el sofá. Él no tenía muchas novedades en su vida, todo seguía igual. Nada había cambiado desde hacía cinco años, excepto algún asunto sin importancia alguna que, desde luego, no había alterado su vida para nada.
- ¿Por qué no has venido antes a verme, Carlos? - Preguntó María rápidamente -
- Porque tú no me has llamado, María. Esperaba tu llamada y nunca lo hiciste, creía que no querías saber nada de mi. Por eso no he venido.
- ¿Cómo iba a hacerlo? No tengo tu número de teléfono. No se donde vives, no se como te apellidas. Prácticamente no se nada de ti, excepto que vives en Madrid.
- Pero el día que me fui te dejé mi número apuntado en una nota, ¿acaso no lo viste?
De pronto María cambió la expresión de su cara, de la alegría y la sorpresa pasó a tener una clara expresión de angustia. Fue entonces cuando recordó lo que había hecho aquella mañana, como si en lugar de haber pasado cinco años hubiera sido la mañana anterior. Recordó como se había puesto a recoger la casa y como recogió todas las notas y papeles, que Juan dejaba normalmente repartidos por toda la casa, y los tiró todos al cubo de la basura. Era evidente, entre todos aquellos papeles había tirado también la nota de Carlos. Era evidente que entre todos aquellos papeles inútiles había un papel que a ella le importaba. De pronto aparecieron las lágrimas en su rostro por la angustia que le provocaba aquel error, por no haberlo revisado todo. Los demás papeles seguro que no eran importantes, por lo menos para ella, pero aquel si lo era.
Carlos enmudeció cuando María le contó todo aquello, pero también respiró aliviado. No es que María no hubiera querido saber nada de él durante todos aquellos años, es que no había tenido forma de hacerlo. Intentó consolar a María, que era incapaz de parar de llorar. Pero por otro lado se reprochaba su propia actitud. Él no había vuelto por allí por orgullo, porque no quería ser quien diera el primer paso. De hecho todavía no sabía ni cómo era posible que estuviera allí. No pensaba volver, pero al encontrarse tan cerca de María decidió ir a verla, aunque solo fuera por saludarla y por saber de ella. Los dos tenían parte de culpa en todo aquello, en que hubieran pasado tantos años. Pero María de una forma inconsciente, Carlos de una forma consciente y medida, por orgullo.
Se dieron un nuevo abrazo, sin reproches. Arrepintiéndose de todo aquel tiempo sin verse por aquel cúmulo de casualidades. Ahora el que se sentía culpable era Carlos. Cuánto tiempo echando de menos a María y preguntándose por qué no quería verle. Cuánto tiempo perdido por el orgullo sin llegar a pensar en lo más simple, que María no vio aquel papel. Siempre nos perdemos en conjeturas raras, cuando la respuesta está, muchas veces, en lo más simple y absurdo. Era evidente que María también le había echado de menos aquellos años.
Seguían hablándose y perdonándose. A ninguno de los dos se le ocurrió reprochar nada al otro. Simplemente le intentaban restar importancia, a pesar de la gran angustia que aquello les provocaba interiormente. Cinco años perdidos son muchos años. Hay muchas cosas en la vida que se pierden y no se recuperan, pero quizás una de las que más nos duele perder es el tiempo. Nadie puede saber qué habría pasado en todo ese tiempo perdido. Nadie puede saber si habría sido mejor o peor que las cosas hubieran sido de otra forma. Pero de lo único que estaban seguros los dos es del gran dolor que les provocaba el no haber podido comprobar qué habría pasado durante esos cinco años entre ellos de haberse podido volver a ver. No habían tenido la oportunidad ni siquiera de intentarlo.
Una vez que se tranquilizaron mutuamente Carlos tragó saliva. Iba a preguntar algo de lo que temía saber la respuesta. No sabía cómo hacerlo y como enfocar aquella pregunta, pero necesitaba hacerla. Era una de las preguntas que más se había hecho durante los últimos cinco años y aquel era el momento de formularla. Cinco años preguntándose lo mismo habían sido demasiados y ya no podía esperar más.
- ¿Juan y tú os habéis reconciliado?
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