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Camisa nueva, camisa usada


Debemos estar todos los españoles necesitados de algo de cariño, mendigando algo de amor y mimos. Somos como ese perro al que su anterior dueño pegaba palizas y dejó abandonado en una carretera, ese que una vez adoptado por otra familia se emociona sólo por el hecho de ser acariciado. Hemos estado siempre maltratados y no nos han tenido nunca en cuenta, más que a la hora de votar o de pagar impuestos, eso se nota, se nota mucho.

Estamos tan deseosos de cariño que ahora vemos ese cariño en cualquiera que venga nuevo, los de una ideología en Podemos y los de otra en Ciudadanos. Pero tenemos que tener cuidado porque ese deseo de cariño nos puede llevar a un desengaño aún peor, al desengaño del que espera demasiado del nuevo y se olvida que no es más que alguien nuevo, con las mismas costumbres del viejo. 

Les hemos abierto las puertas de nuestra casa de par en par sin pedirles ningún tipo de credencial porque sólo por el hecho de ser nuevos ya les creemos buenos y cariñosos. Los que parecemos nuevos somos nosotros. Parecemos nuevos porque estamos cometiendo el mismo error que habíamos cometido con los viejos, les entregamos todo esperando que no nos defrauden, pero de momento no nos han demostrado que sean merecedores de ello. Son ellos los que tienen que ganarse nuestro corazón, nosotros no tenemos por qué entregárselo sin más. Es muy duro superar una decepción, superar dos ya es de nota.

Comparamos una camisa nueva con una vieja y usada. Nos quedamos ciegos mirando la nueva porque no tiene ningún resto de grasa, de esos que sólo el propietario ve y que ya no sale por muchos lavados que tenga la camisa. Pero hay que darse cuenta de algo, sería más grave que la camisa recién traída de la tienda tuviera siquiera una mota de polvo, que la vieja algún resto de grasa. Hay que usar esa camisa nueva con más cuidado que la anterior no sea que se manche al segundo día y nos enfademos tanto que no nos la queramos volver a poner nunca más.

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