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En la cima



La alegría era enorme, tanta que apenas sentía las enormes heridas de las piernas, excepto si las miraba. Pocas oportunidades tenía de hacerlo puesto que el paisaje que divisaba desde aquella cima era espectacular. Lo primero que hizo fue girar su cabeza para observar desde esa posición todo el camino que había recorrido para llegar hasta allí. Desde allí no parecía tan duro, parecía tener una belleza que él no había conseguido ver al recorrerlo porque desde allí no se distinguía su dureza. El camino no es el mismo visto desde otro punto de vista o si lo recorre otra persona y, simplemente, te lo cuenta.

Le gustaba ver todo lo recorrido, pero se dio cuenta que eso no era más que una pérdida de tiempo ya que estaba dejando de ver lo que había en esa cima a la que tanto le había costado llegar. Ante él aquel majestuoso árbol que la coronaba y que ya tampoco le parecía el mismo. Había todo tipo de vegetación allí y bastantes zarzas con unas moras muy apetecibles, negras, rojas y algunas todavía verdes. Recordaba el placer que le producía, cuando era niño, comer esas moras directamente de la zarza y no pudo evitar la tentación de pegarse un festín que le hiciera recordar su niñez. 

Mientras comía seguía observando, seguía escuchando los sonidos de animales, el agradable viento que hacía un poco más soportable el calor que, a medida que pasaba el tiempo, pasaba de agradable a asfixiante. Debía buscar aquel riachuelo que, alguien le contó, nacía allí y cuyo sonido pudo escuchar. Cuando la temperatura va subiendo el sonido del agua es uno de los más agradables que cualquiera pueda escuchar. Le vendría bien darse un baño para relajarse, refrescarse y para limpiar sus heridas. Decidió buscarlo, por el sonido el agua parecía estar cerca.

En cuanto anduvo unos pocos pasos ya empezó a distinguir una vegetación más rica y frondosa que le indicaba que el agua no debía estar demasiado lejos. Lo que el creyó riachuelo se le apareció como un majestuoso río de guas cristalinas y con una ruidosa corriente. Las piedras del río le hacían parecer torpe como un pato cuando se descalzó para acercarse a él. En la orilla probó el agua con las manos, se refrescó la cara y el cuello y bebió. Decidió que en ese momento no habría nada mejor en la vida que darse un baño. Se desnudó y se zambulló con torpeza, más que zambullirse se cayó al agua debido a las piedras y a la corriente.

Los peces pasaban tranquilamente junto a él sin el menor miedo, parecía como si él fuera una compañía conocida o, por lo menos no temida. El agua, aunque bastante fría, estaba estupenda. No acertaba a adivinar los grados que habría en el exterior, pero no muchos menos de treinta. Nadó, buceó, se relajó dentro del agua durante casi media hora hasta que los pies, las manos y la cara se le empezaron a entumecer. Ya era el momento de salir, empezaba a tener la palma de las manos arrugadas. Debía secarse, relajarse y echar un vistazo a las heridas de sus piernas ya limpias.

Una enorme piedra plana, caliente por el sol, le sirvió como improvisada tumbona. Mientras se secaba miraba al cielo completamente azul surcado solamente por algún ave que iba y que venía de un lado a otro. Las heridas de las piernas no parecían tan graves como él pensaba, las notaba, le hacían sentir cierto malestar pero no tanto como para impedirle continuar su marcha. 

¿Y ahora hacia donde seguir? ¿Norte, sur, este u oeste? Sólo tenía algo claro, no iba a volver por donde había venido, aunque lo había conseguido era demasiado duro y el hecho de conocerlo hizo que no quisiera desandar lo ya pasado. Desde allí arriba parecía todo igual, parecía que cualquiera de las opciones de ruta que eligiera podría ser buena. La opción que eligió le pareció en ese momento la más lógica, ir en la dirección que le marcara aquel riachuelo. Podría ser un camino duro, pero el río le iba a facilitar el agua que en algún momento pudiera necesitar. Seguiría aventurándose a descubrir cosas y paisajes desconocidos para él, pero le parecía absurdo hacerlo de la forma que hizo el camino inicial, sin garantizarse la posible falta de agua o alimento. Seguir el camino del río le daba la seguridad de que por lo menos el agua no le faltaría nunca.

Había sido siempre una persona que arriesgaba demasiado, pero todo eso le había enseñado a no aventurarse a nuevos riesgos sin un mínimo de garantías. En ese momento el río era una garantía, la de que por lo menos el agua no le iba a faltar.


Continua

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