En las biografías de las redes sociales, en entrevistas de televisión, en programas de radio, en prensa, en cualquier sitio, últimamente todo el mundo se empeña en contarnos con quién se acuesta. Soy homosexual, me gustan los hombres, soy lesbiana, me gustan las mujeres, soy bisexual, me acuesto con todos. ¿Y a mi eso qué me importa?
No entiendo que alguien para presentarse a sus espectadores, admiradores o personas en general tengan que contarnos este tipo de cosas que no interesan a casi nadie. ¿A mi qué más me da la homosexualidad de un actor, de un escritor o de un tipo que me sigue por Twitter? No me importa, en esa confesión, para mi completamente antinatural, es donde se pierde la naturalidad de la propia situación. ¿Buscan estar de moda o a subirse a la ola por hacerlo?
No, es fácil, lo hacen para ser bien vistos. Eso es lo que está bien visto ahora, lo que se lleva, lo que pita, lo que vende y eso es lo que busca esa gente con esas confesiones. Buscan la palmadita en la espalda, buscan la calurosa bienvenida de la corriente dominante. Buscan el visto bueno generalizado, eso es lo que buscan. Lo normal, lo habitual, lo lógico es que toda esa información quede en ese, cada vez más pequeño reducto, de vida privada que nos queda a todos.
Que a un hombre le gusten los hombres, que a una mujer le gusten las mujeres o que a un hombre o a una mujer le gusten tanto los hombres como las mujeres ni es malo, ni es extraordinario. Lo que es malo es buscar el beneplácito y la palmadita en la espalda del grupo, de los de alrededor, de una mayoría que, para el protagonista de esa confesión, esta compuesta en su mayor parte por absolutos desconocidos.
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