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No me gustan los embudos

Cuando hay una ruptura en una relación de pareja depende del tiempo que se hable con uno u otro miembro de esa pareja se le dará más la razón al uno o al otro. Los amigos del uno siempre ven al otro como el gran culpable y viceversa, cuando probablemente sea una mezcla de culpa de los dos. Cuando la relación es feliz y estable todo se comparte, impera la generosidad y la cesión del uno al otro, como en cualquier situación de la vida cuando uno cede más que el otro la relación se descompensa y se empieza a agrietar.
En una pareja se parte de la base que en un principio son dos personas completamente desconocidas y que cuando esa relación comienza se tratan de enlazar esos dos mundos distantes de los que viene cada uno en un mundo común. Las costumbres anteriores no existen, desde que esa relación comienza el uno tiene que amoldar sus costumbres a las del otro y que ninguno de los dos se vea afectado ni menospreciado. 
El que uno de los dos tenga más derechos que el otro, por las circunstancias que sean, es el principio del fin para esa pareja a no ser que esas cosas se hablen, la famosa frase de hay que ceder.
Pero cuando uno, desde un principio, cede demasiado la otra parte piensa que la normalidad es esa, cuando no es así, es probable que simplemente tratara de facilitar las cosas al otro intentando que la relación fuera lo más satisfactoria posible. 
Cuando, pasado el tiempo, esa cesión se convierte en costumbre en lo que se ha convertido, en realidad, es en una mala costumbre. Uno de los dos ha cedido demasiado y el otro se ha malacostumbrado, se ha producido la famosa ley del embudo, la parte estrecha para uno y la ancha para el otro.
Pues a mi no me gustan los embudos, ni por la parte ancha ni por la estrecha, a mi me gustan los caminos anchos y rectos, sin obstáculos tanto para mi como para los que quiero.

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