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Con la yema de los dedos

La vida no era para él una secuencia de altos y bajos. La vida para él había sido un alto y un bajo casi infinito que parecía no acabarse nunca, a pesar de tener la sensación infinidad de veces de estar a punto de superarlo. Arriba había llegado demasiado joven, tan alto que incluso no se lo podía creer, tan alto como siempre había soñado, pero tan alto como nunca pudo imaginar que llegaría. Abrazos, palmadas en el hombro, fiestas y regalos. Todo demasiado deprisa, tan deprisa que todos los días daba gracias por esa suerte, pero con el casi inapreciable miedo de poder perderla algún día.

Hay cosas que con la misma sorpresa que vienen se van, y así pasó con su suerte. Y con esa misma rapidez que se fue su suerte se fueron muchas de las personas cercanas y aduladoras que "siempre estarían a su lado". Se fue la suerte y ahora le tocaba empezar de nuevo a buscarla, le tocaba empezar de nuevo a intentar encontrar eso que antes había llegado como sin buscarlo. ¿Cómo lo habría hecho? Ya casi no lo recordaba, lo único que acertaba a recordar es que llegó de la misma forma repentina que se fue. Sin avisar, como formando parte de una ruta en la que pasó de la mejor de las autopistas a un camino lleno de baches casi sin que él se diera cuenta.

Los pocos que están ahora a su lado son los que de verdad quieren estar, pero hay veces que le culpan a él mismo de su mala suerte. No saben, ni quieren saber, lo que es pasar por ello. No piensan, ni quieren pensar, que en algún momento les sucediera a ellos. Pero ahí están, fiscalizando su vida a cambio de su comprensión y de su ayuda. Pidiendo explicaciones por rabia aunque él no las pueda dar, porque no tiene ninguna explicación. Pero ahí están a pesar de todo y para todo.

Cuando empezaba su camino lo hacía con alegría, lo hacía con alegría y además con fuerza. Con esa fuerza y alegría que da empezar un camino lleno de dificultades desde un principio, pero que parecen pequeñas cuando el camino está recién iniciado. En el penúltimo tropiezo las heridas ya eran demasiado grandes pero, incluso cojeando, pretendía llegar a la meta. Porque ahí se veía la meta, esa meta que no curaría todas sus heridas de golpe pero ayudaría a calmarlas.

7 comentarios:

  1. Javier eres un gran escritor y con un español perfecto así como con una
    gramática excelente. UN ABRAZO.

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  2. Caramba, supongo que nos pasará a muchos pero creo que podría pensar que hablabas de mí. Muy bien, don Javier

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    Respuestas
    1. Tú lo has dicho, de muchos. De demasiados.

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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