Desde hace mucho tiempo soy mi propio amo de casa, yo me lo guiso, todos se lo comen (cuando no estoy sólo) y yo también me lo como. Cuando vienes de casa de mamá, donde todo te lo daba hecho, te dabas cuenta que cuando te lavaba las sábanas no sólo las lavaba, también las planchaba. Cuando estuve casado teníamos una chica de servicio en casa que se ocupaba de los niños y de la casa y cuando me ponía la ropa interior también me la planchaba.
He creído toda la vida que la plancha y la tabla de planchar eran elementos indispensables en una casa y he necesitado mucho tiempo para darme cuenta que no es así. Al volver a vivir sólo creía necesario planchar mis camisas y mis eternos vaqueros, no siempre los mismos, nada más alejado de la realidad. Fue entonces, un caluroso verano, cuando me di cuenta que tenía que haber una solución para evitar la odiada plancha. La solución que yo encontré fue la mar de sencilla: tender bien la ropa.
Las camisas o con percha o tendidas boca abajo y sujetas por las pinzas de las costuras de los laterales. Los vaqueros da igual, tus piernas ya les van dando forma cuando te los pones. Las sábanas y la ropa interior no son necesarias en absoluto. Las sábanas ya se estiran bien cuando se hace la cama y los boxer ajustados cogen la forma ellos solos.
Hay mil formas de perder el tiempo en esta vida en cosas sin sentido, unas pueden ser gratificantes, otras no. Para mi la plancha no es nada gratificante, ni en invierno ni mucho menos en verano. Prueba y verás. Si no te gusta mi solución tienes otra, mucho más engorrosa por supuesto. Puedes volver a empezar a planchar de nuevo.
No seré el ginecólogo de mi ex-mujer que iba como el jovencito Frankestein, que no marcaba ni los pliegues de las rodillas ni los codos. Pero os aseguro que nadie me ha dicho nunca: vaya camisa más arrugada. Doy el pego y no pierdo un minuto en mitos engorrosos y agotadores como es la plancha.
No hay comentarios: