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La resaca



Carlos no recordaba en qué momento se había dormido. Pero si recordaba todo lo que había pasado antes, aunque tuviera ese enorme dolor de cabeza. Ahí estaba ella dormida, desnuda con ese cuerpo escultural que dos días antes él solo había intuido y que nunca hubiera podido imaginar disfrutarlo de la forma que lo había disfrutado aquella noche. Ahí estaba ella, como desmayada fruto del vino y de una noche de locura, de desenfreno absoluto del deseo que entre ellos había desde el primer día. O eso quería pensar Carlos, que ya desde el primer día María le deseaba de la misma forma que él la deseó. Eso prefería pensar y no que fuera solo por el vino y por la terrible noticia que había recibido de Juan. Estaba mal, estaba hecho polvo, pero no estaba arrepentido. Había sido una noche muy especial para él, una noche que nunca hubiera podido imaginar y una noche de la que nunca se arrepentiría, pasara lo que pasara.

Se levantó de la cama y pegó un nuevo vistazo a lo que allí dejaba, con ganas de volver a repetir todo lo que había ocurrido pocas horas antes. Pero se tenía que ir, no debía continuar allí. No quería formar parte de la decisión que María pudiera tomar con respecto a su matrimonio. No quería ser un obstáculo, quería que María decidiera lo que fuera con respecto a su futuro, pero sin estar él de por medio. Se duchó con agua helada, el calor era sofocante y él todavía tenía el calor que aquella noche de pasión le había dejado en el cuerpo. A pesar de los ruidos que iban produciendo sus movimientos por la casa María no se despertaba, había bebido demasiado y la noche había sido demasiado larga. No quería irse sin más, sin dejar una nota de despedida, sin decir nada. Buscó un papel y un bolígrafo y solo acertó a poner: "¿Nos vemos?" Y su número de teléfono. Aunque él sabía donde vivía ella, aunque él sabía como localizarla no quería hacerlo. Quería que fuera ella la que decidiera si quería volver a saber de él o no. No quería llevarse el número de María, puesto que él sabía que lo intentaría marcar cien veces sin atreverse nunca a dar a la llamada. Quería que fuera ella la que le reclamara.

Se fue sin darle un beso, temía despertarla, no quería tener la duda que le generaría el que ella le pidiera que se quedara. Quería marcharse y no quería, quería decirle que la noche había sido perfecta, pero no se atrevía, era un mar de dudas. El sol de la mañana era cegador, se puso sus gafas sin las cuales no habría podido dar ni un paso y decidió irse al bar a desayunar. Él se había dado cuenta que ella no había sido una aventura más, de esas que tanto había tenido después de su divorcio. Había estado en muchas camas, pero poco después del sexo huía, no se planteaba nada más con ellas. Con María no había pasado, con María habría deseado quedarse de no haber sido por las circunstancias que la rodeaban. Prefería dejarla libre para que tomara las decisiones que debiera tomar sin influenciarla. No quería sentirse responsable de nada.

El café fue un gran reconstituyente, y el pincho de tortilla estaba espectacular. De un bar se distingue cuando es malo o bueno cuando pruebas su tortilla de patatas y visitas su baño. Si todo está bien es que el bar vale la pena. No era capaz de andar ni un segundo más y decidió preguntar por la hora de salida del coche de línea. Tardaría solo media hora en salir e iba hacia León. Su caminata terminaba ahí. Había decidido volver a casa, las cosas que habían pasado esos casi tres día le habían afectado demasiado. Parece mentira como casi tres días pueden dar un vuelco a una vida, como tres días pueden cambiar tus planes. Como solo tres días se pueden convertir en los más importantes de los últimos años. 

¿Le habría dejado bien anotado su número de teléfono a María? Su letra era casi ilegible y a veces los unos parecían sietes y los sietes cuatros, esperaba que no tuviera ninguna duda si decidía llamarle. En realidad esperaba que le llamara y le intentara localizar porque él no lo haría.

Continua


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