Si a mi me preguntaran hasta que punto estaría dispuesto a sacrificar mi libertad y mi privacidad por el bien de mi seguridad y la de los míos probablemente contestara que hasta un punto bastante alto. Quizás fuera capaz de renunciar a muchas cosas, a parte de mi libertad, pero no hasta el extremo al que nos quieren llevar. El ver por televisión que hay varias empresas que han empezado a implantar microchips a sus empleados para fichar me ha dejado realmente alucinado. Yo hasta ese punto no llegaría ni loco, porque ahora son las empresas privadas y en cuatro días son los estados.
Ya cedemos demasiado pagando con tarjetas de crédito, con móviles, mostrando nuestras vidas en redes sociales, pero de ahí a ser controlados mediante un chip insertado dentro de nuestro propio cuerpo va un gran paso, uno demasiado largo. Y como sucede en todos estos casos esto llega con la colaboración necesaria de los medios de manipulación, alabando lo maravillosa que es la tecnología y lo bien que nos va a venir a todos.
Y ya no por la libertad individual y por la privacidad, por todo, también por la salud. Resulta que vivimos tiempos de vida sana, de comida light, de mirar a los fumadores como apestados y de tener la dentadura perfecta y la barriga más plana del planeta. ¿Y ahora nos vamos a meter un chip en nuestro cuerpo? ¿Estamos locos o qué?
Caer en esa trampa, en esa falacia y en esa mentira sería el último peldaño de libertad y de privacidad al que renunciaríamos, ya no nos quedaría nada. No tendríamos vida propia, no tendríamos ni un solo momento de nuestras vidas en el que, ahora la empresa y en un futuro el estado, no nos controlaran. ¿Tecnología, vida 2.0? Cuentos chinos para que los que nos quieren controlar sepan todo de nosotros, donde viajamos, donde comemos, donde llevamos a los niños y en qué nos gastamos hasta un mísero euro. Si este es el futuro yo prefiero un regreso urgente al pasado. ¿Un mundo feliz? El libro se está convirtiendo en realidad.
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